miércoles, 2 de febrero de 2011

Relatos para usar en el aula


Andar Sevilla

Mis antepasados son italianos pero en este lugar me sentí como en mi casa. Debe ser que como Sevilla, debo tener varios ascendientes. Ella es romana, visigoda, musulmana y cristiana, y en enero, tiene música y olor a naranjos maduros. Su sonido es de trote de percherones y de sevillanas. Sus calles salpicadas de color muestran el paso de la historia andaluza. Sus gentes, sus blancas fachadas encaladas, sus vidrieras con elegancia flamenca, sus cantos copleros y sus balcones floridos en rojo bermellón por los geranios son una mezcla misturada con la modernidad que traen los fabulosos puentes del Guadalquivir, las bicicletas colectivas a tarjeta magnética y la arquitectura que acoge al visitante para brindar confort a la hora de degustar tapas.
En este punto hay una lista inmensa…que suma el olor del pescaito frito de las tabernas. Recuerdo el Bar de los Vázquez con una variedad de tapas que incluye hasta caracoles. Piola, un bar lleno de jóvenes estudiantes amantes de la paella. Lizarran una de las tabernas selectas más fantástica de Andalucía (atendida por un mozo de barra barilochense) y Las Piletas el lugar preferido de los toreros que lograron a fuerza de llevar carteles una decoración que anuncia infinidad de toreadas.
Los turistas cuentan siempre aquello que se refiere a los clásicos monumentos por los cuales son atraídos a Sevilla como la Catedral con su Mausoleo a Cristóbal Colón y el acceso a la Giralda, famoso alminar de la mezquita almohade o los Reales Alcázares, lugar de alojamiento de los jefes árabes que construyeron varios recintos, rodeados de murallas.
En esta oportunidad, me gustaría seguir otro recorrido, ya que la riqueza cultural y patrimonial de esta zona de España es inmensa.
El día comienza en el Paseo de la Alameda de Hércules, allí nos alojábamos en el tradicional Patio de la Cartuja que con su calidez no nos permitía la añoranza del hogar.
Desde esta plaza con huellas del imperio romano, ya que alberga dos columnas con sus capiteles que sirven de podio a Hércules y Julio César, pero que este invierno sumó las esculturas monumentales de Manolo Valdés, nos conectamos con la avenida que bordea el río Guadalquivir y desde allí siguiendo el curso comienzan a aparecer los puentes: de la Barqueta, de la Cartuja, del Cachorro, donde vimos de paso la Plaza de Armas, la Plaza de Toros, hasta llegar al Puente de los Remedios y descansar, para los que gustamos del verde en el Parque de María Luisa, mirando los estanques y oliendo los perfumes de la gran variedad de flores y plantas.
El lugar está lleno de percherones tirando de las carrozas que recorren todo el parque y la ciudad con parsimonia. De allí cruzamos hasta la Plaza de España, una concepción alejada a la imagen de plaza que tenemos en América, ya que este semicírculo de 200 metros de diámetro alberga en su trazado mucho ladrillo, cerámicas azules y azulejos, y nada de césped, y aún así invita a recorrerla a pie.
Luego de preguntar a un paisano, tomamos un colectivo interno y nos fuimos a conocer el barrio de Triana. Este barrio es bailaor, allí hasta “mi mare es bailaora” como nos dijo Manolo, mozo del Café de Jerez.
Cerca de la noche nos encontramos con el arte flamenco en la Casa de Carmen, patio de una casa palacio de finales del Siglo XIX y ubicada en el centro de la ciudad que en las tardecitas se convierte en un lugar donde artistas a través del cante, el toque y el baile nos hacen sentir la pasión por el flamenco.
Dejamos el paseo por el Barrio de Santa Cruz y por la casa de Poncio Pilatos para el día siguiente. Este barrio es misterioso y está lleno de pequeñas y curiosas historias populares y leyendas. Allí José Zorrilla escribió Don Juan Tenorio, y con esto ya nos podemos imaginar el tipo de historias y amores de los que hablamos. Es la antigua judería donde se encontraban las sinagogas y es un enclave mágico lleno de callejas angostas y desordenadas que se extienden a lo largo de la desaparecida muralla sefardí.
Terminamos descansando en un banco de la Plaza de Pilatos, mirando este edificio de quinientos años, típico palacio andaluz, sintiendo el ruido de las fuentes de agua que emanan del interior de los patios y dando la razón a los que dicen que Sevilla parece hecha a mano, sin quitar por esto importancia a todo el brillo natural del que fue dotada con su paisaje.
Prof. Silvia Brugnoni